‘Un año con trece lunas’ (1978), Rainer Werner Fassbinder

Se narran los últimos días en la vida de Elvira (Volker Spengler), una mujer transexual de mediana edad que después de ser abandonada por su pareja actual iniciará un viaje que recorre su pasado en busca de una razón que le permita aferrarse a la vida.

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Un cineasta trágico

Muy conocida es la trágica historia que dio lugar a Un año con trece lunas, para muchos, el filme más conseguido del prolífico cineasta del Nuevo cine alemán, Rainer Werner Fassbinder; el argumento surge después de que su amante, Armin Meier, se quitara la vida en el departamento que ambos compartían.

Fassbinder era abiertamente conocido por ser un hombre adicto a la cocaína, al whisky y poseedor de una naturaleza autoritaria, dictatorial, casi fascista que no sólo se limitaba a su trabajo profesional sino que se extendía a sus relaciones personales.

En las no pocas biografías oficiales y no oficiales de la figura de este director, uno de los más importantes de la cinematografía mundial, se hace constancia de cómo el suicidio del joven amante fue producto de una relación tormentosa y tóxica que sostuvieron a principios de la década de los 70.

La obra que nos ocupa es una reconstrucción de la muerte de Meier y, en cierta manera, sirve como testimonio redentor del propio Fassbinder que cuatro años después moriría de un fallo cardiaco presuntamente provocado por el consumo de cocaína y estupefacientes.

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El año de la luna

El ‘Año de la luna’, explica Fassbinder mediante títulos que preceden a la acción, es un fenómeno astrológico que sucede cada 7 años y que puede ocasionar severas depresiones en la gente sensible, esto anterior puede incluso ser potenciado hasta el límite si el ‘Año de la luna’ es un año con 13 lunas nuevas; si se da el caso, las catástrofes que pueden ocurrir son inimaginables.

Esta explicación de azarosa selenografía será anecdótica pues, como veremos a lo largo del metraje, las desgracias y las resoluciones a las que llegaremos no son producto del alineamiento de astros, sino de pequeñas y desafortunadas decisiones que condicionan y marcan la vida de las personas.

La primera secuencia de la película nos introduce a Elvira, mujer transexual que acude a una plaza y contrata a un prostituto; sus cuerpos se juntan, se besan, el despojo de ropas pronto permite el roce de pieles, la mano del sexo-servidor recorre las nalgas de Elvira hasta llegar a la entrepierna; al notar la ausencia de pene (una ausencia no sólo corporal sino emocional) enfurece, propinando una fuerte golpiza a la protagonista, ella huye, pero esto sólo ha sido el comienzo.

Al llegar a casa Elvira se encuentra con Christoph (Karl Scheydt), su actual pareja, al parecer no se han visto en meses, el tipo, decidido a abandonarla, le asesta otra dosis de vejación. A partir de aquí, en compañía de su presunta amiga La roja Zora (Ingrid Caven), una prostituta local, Elvira iniciará un viaje en busca de una razón que le permita aferrase a la vida, sin embargo, durante todo el recorrido lo único que encontrará será violencia, negativas y humillaciones.

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Peregrinaje

Un año con trece lunas es una película triste, pesimista y tortuosa que nos acerca a un personaje tratado con sumo respeto, Elvira, quién antes se llamó Erwin, estuvo casado e incluso tuvo una hija.

La primera parada de la peregrinación por su pasado nos lleva a su antiguo trabajo; una fábrica procesadora de carne donde tiene lugar la mítica secuencia de una enardecida Elvira, en off, contándole a Zora cómo ayudaba a Christoph a ensayar sus diálogos de Goethe mientras la cámara nos brinda un recorrido explícito por la planta para ver cómo las vacas y reces son asesinadas, desolladas y descuartizadas: esta mutilación animal que se coteja con el cuerpo de Elvira, también mutilado física y espiritualmente.

Fue en la planta donde ella conoció a su primer amor, Anton Saitz (Gottfried John), actual líder ampón de dudosa salud mental y por el cuál, en aquel entonces, abandonó a su esposa e hija y viajó a Casablanca para hacerse la operación de cambio de sexo.

Este recorrido nos conduce al convento de la monja Gudrun (Lilo Pempeit, madre de Fassbinder), aquí es donde conoceremos la génesis de todas las desgracias de Erwin/Elvira, el momento en que todo se arruina para él, la primera negación de su ser, el principio de las reafirmaciones del abismo existencial, de la soledad permanente e irreconciliable. Poco a poco, en lugar de retroceder en el camino hacia la renuncia de la vida, Elvira da pasos agigantados que la acercan más y más.

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Una obra íntima

Fassbinder filma una obra tan íntima y personal que él mismo fue el encargado de la dirección, guion, fotografía y todo aspecto formal. El director demuestra una vez más (como si hiciese falta) su inigualable sapiencia plástica; la cinta se construye mediante los largos planos-secuencia (tan en boga por esos años en el Nuevo cine alemán) de composiciones geométricas, como la escena del baño de espejos donde Zora calma a Elvira, o la inconmensurable secuencia de la madre Gudrun contando la infancia de Erwin; una danza estoica compuesta por reposados travellings de ritmo metronómico y lentos acercamientos.

Todas las piezas en esta obra están armonizadas; desde el casting para el papel protagónico, un magnifico Volker Spengler de imponente y robusto físico, de casi 1 metro 90 de altura y ese rostro tosco, nada femenino, que acentúa no el patetismo, sino la contradicción interna del personaje; la fotografía de colores parcos y opacos que subrayan esta atmósfera triste y pesimista; La música de Gustav Mahler y Friedrich Händel, los elegidos para envolver la desgracia.

Aquí nos encontramos con un argumento que no se va por la apología del suicidio ni opta por recursos melodramáticos para justificarlo, Fassbinder cita intelectualmente al filósofo alemán Arthur Schopenhauer, específicamente a su Voluntad y representación (1819): evidente en la escena donde Elvira se encuentra con una persona a punto de quitarse la vida; éste le recuerda que el suicidio no niega la vida, no es la pérdida de la voluntad de vivir, sino la pérdida de razones para vivirla.

En secuencias finales, veremos a Elvira suplicar por una razón para retener su voluntad, su última oportunidad la encuentra con su ex esposa y su hija, Fassbinder las filma comiendo en una mesa de jardín rodeadas por árboles verdes y ropas llenas de color, llenas de vida, contraponiéndose así con la frialdad y desolación de la ciudad de Frankfurt que hasta ese momento habíamos visto, sin embargo, ya es muy tarde, Elvira, Erwin, encuentra su última negativa, y el río sigue su cauce natural desembocando en la pérdida de razones para vivir; el suicidio.

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Expiación

Como veremos en cierto pasaje de la película, donde Zora mira televisión mientras Elvira duerme, es el propio Fassbinder en la pequeña pantalla quien trata de confesarse, de expiar sus demonios con nosotros como jueces redentores; “la vida es maravillosa, pero no me incluye”, afirma el cineasta mientras se compara alegóricamente con el dictador chileno Augusto Pinochet.

Un año con trece lunas es una película depresiva, dolorosa y emocionalmente devastadora que no da un momento de respiro para creer en milagros. Todo está dicho desde las primeras secuencias, sabemos de antemano qué es lo que va a pasar y lo sorprendente es que no por eso es menos amarga y sórdida. Una gran obra maestra que sirve como crónica de un suicidio anunciado.

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Título original: ‘In Einem Jahr mit 13 Monden’
País: Alemania
Año: 1978
Duración: 124 minutos
Dirección: Rainer Werner Fassbinder
Guion: Rainer Werner Fassbinder
Fotografía: Rainer Werner Fassbinder
Producción: Tango-Film

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