‘La casa de Jack’ (2018), Lars von Trier

Años 70, Estados Unidos. Se narran 5 diferentes episodios en la violenta vida de Jack, un asesino en serie convencido de que sus espantosos actos son una obra de arte en sí mismos.

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La banalización de lo violencia

El cine que practica Lars von Trier, uno de los directores más polémicos de la historia, puede fragmentarse (obviando muchas subdivisiones) en dos grandes bloques; antes y después de Anticristo (Antichirst, 09).

Es cierto, ya en su primer periodo nos encontramos con un cineasta provocador, irritante y perturbador; desde la incómoda otredad de Los idiotas (Idioterne, 98), hasta la brutal explosividad de Dogville (íd. 03), aún así, cada imagen, por más cruda que fuera, tenía un sustento narrativo y argumental.

A partir de Anticristo, sin embargo, asistimos a la banalización de la violencia en su cine, a la utilización de imágenes grotescas cuyo único objetivo es desestabilizar emocionalmente al espectador.

En su nueva película, La casa de Jack, el director danés se sirve de la historia de un sádico asesino en serie (Matt Dillon) para ofrecer un cúmulo de ideas en torno al papel del arte en el desenvolvimiento humano y una especie de autorreflexión que exterioriza su propio infierno interior, pero, sobre todo, le sirve como pretexto idóneo para dar rienda suelta a todo el imaginario visual tan desestabilizador e impactante ya habitual en su cine.

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Elementos identitarios

La cinta está dividida en 5 capítulos (incidentes) ocurridos a lo largo de 12 años, más un pequeño prólogo y un epílogo. Con esta estructura episódica el director continúa por una senda estilística y narrativa idéntica a lo hecho en toda su filmografía. También estarán presentes la infinita temblorina de la cámara en mano y los jump-cut propios del Dogma 95 (heredados, por supuesto, de la Nouvelle vague).

El prólogo que abre la película es una pantalla totalmente negra, en off, escuchamos a nuestro protagonista contar su historia a un misterioso hombre llamado Sr. Verge (Bruno Ganz), de esta manera, Jack se convertirá en el propio narrador omnisciente del filme (otro elemento habitual en Trier).

Al igual que su obra anterior, la díptica Ninfómana (Nymphomaniac Vol. 1 y 2, 13), el cineasta se apoya de elementos ilustrativos como planos arquitectónicos, dibujos que se sobreponen con la imagen, instrumentos narrativos propios del video-clip, secuencias enteras realizadas con stop-motion, así como la constantes referencias a cuadros de artistas como Adriaen van Utrecht, Paul de Vos o David de Coninck, para hacer a avanzar la historia.

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Si en M, el maldito (M, 31) Fritz Lang se bastó de algunas escenas de campos vacíos para sugerir el asesinato de una niña, aquí es todo lo contrario, en La casa de Jack vamos a encontrar un concierto interminable de escenas violentas, irascibles y explícitas; como el cercenamiento de los senos de una mujer en primer plano o el estallido de la cabeza de un niño producto de un tiro.

La permanente insistencia de Lars von Trier por introducir este tipo de imágenes gráficas en sus filmes (que aspiran, sin conseguirlo, a la alegoría-demoniaca del fotógrafo Joel Witkin) conduce a la cinta por un camino reduccionista de morbo y manipulación.

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Impulsos indómitos

Al iniciar la acción conocemos a Jack, un arquitecto transtornado, Trier lo introduce como el estereotipo del asesino serial estadounidense; un tipo callado, introspectivo que conduce una camioneta vieja.

A lo largo del metraje el personaje experimenta una bien lograda evolución; pasando de ser un asesino con TOC (transtorno obsesivo compulsivo), a un manipulador y confiado homicida que sustituye sus gafas por una atractiva barba para volverse un mejor y más eficiente depredador.

Los impulsos asesinos del protagonista son más fuertes que su voluntad, al no poder reprimir sus deseos está condenado a seguir matando, en este sentido el argumento se asemeja al tema central de la ya mencionada M el maldito, película a la cual Trier citará directamente en la escena donde Jack se mira en el espejo intentando sonreír.

Esta evolución también estará presente en su modus operandi, al inicio lo vemos librando una batalla interior en contra de sí mismo para no asesinar a la mujer (Uma Thurman), aunque esta lo provoca insistentemente, no obstante, más adelante se vuelve especialmente sádico con ellas, ya no sólo las mata, sino que las tortura, exaltando así la misoginia inherente a él.

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El material artístico

En la retorcida mente de Jack, los asesinatos son una creación artística, para éste, el material del cual se componen las obras de arte puede ser un cuerpo desmembrado, el rostro deformado de un niño muerto o el cráneo aplastado de una mujer por el golpe de un gato hidráulico. Bajo esta prerrogativa, los grandes genocidas de la historia, Adolf Hitler, Josef Stalin o Mao Zedong (por citar algunos), son sólo artistas en pleno proceso creativo.

A lo largo del metraje Jack intentará inútilmente construir la casa de sus sueños. Como arquitecto que es, estará a cargo del diseño y construcción, sin embargo, no tiene la capacidad para hacerlo. Al estar castrado de todo don creador, lo único que le queda es la destrucción.

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En una secuencia metafórica de soberbia gama tonal, Jack terminará construyendo su casa con los cuerpos de sus víctimas, la muerte y la locura se convierten entonces en su material artístico.

En el epílogo la cinta se rompe y regresa a donde comenzó, Trier revela al Sr. Verge como una conceptualización de Virgilio, poeta romano que funge como guía de Dante Alighieri en su recorrido por el infiero en La divina comedia (S. XIV).

Este camino final se compone de varias secuencias oníricas que redundan unas con otras, acentuando en todo momento el descenso de Jack hacía los más recónditos parajes del purgatorio para cumplir su condena.

En este fotograma, Lars von Trier cita al pintor romántico francés Eugène Delacroix y su pintura ‘La Barque de Dante’ (1822), también conocida como ‘Dante et Virgile aux enfers’.
La Barque de Dante‘ (1822), Eugène Delacroix.

Tibia confesión

No es un secreto que, a lo largo de su filmografía, Lars von Trier ha evidenciado un fuerte odio reprimido hacia la mujer. Tampoco es desconocido el episodio en el Festival de Cannes de 2011 donde, literalmente, dijo que “entendía” y “simpatizaba” con Hitler.

No es muy rebuscado el camino para encontrar los paralelismos entre el protagonista de la cinta y el mismo Trier; las justificaciones a Hitler; el hecho de que el asesino, en la mayoría de los casos, sólo mate mujeres; Virgilio, que en realidad es una materialización de la conciencia del director o las autorreferencias a sus películas como Epidemia (Epidemic, 87), Dogville, Anticristo, Melancolía (Melancholía, 11) o Ninfómana.

La cinta le sirve al cineasta danés para admitir su misoginia, su locura y autocuestionar sus demonios internos, no obstante, esta tibia y superflua confesión no es ni por asomo tan dolorosa como el Rainer Werner Fassbinder de Un año con trece lunas (In Einem Jahr mit 13 Monden, 78) o tan profunda como el Carlos Reygadas de Post Tenebras Lux (íd., 12).

La casa de Jack es un filme cuyo defecto no es la utilización de imágenes desagradables e insensibles; en Salò o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 75) una de las películas más perturbadoras de la historia, Pier Paolo Pasolini edifica una poderosa crítica a las sociedades consumistas con base en la imagen escatológica, sin embargo, en Trier ya todo es gratuito, ¡es la violencia por la violencia!

La casa de Jack cartel

Título original: ‘The House That Jack Built’
País: Dinamarca
Año: 2018
Duración: 155 minutos
Dirección: Lars von Trier
Guion: Lars von Trier
Fotografía: Manuel Alberto Claro
Producción: Zentropa Entertainments, Centre National du Cinéma et de l’Image, Copenhagen Film Fund, Eurimages, Film i Väst, Film und Medien Stiftung NRW y Nordisk Film -& TV-Found, Concorde Filmverleih, Denmarks Radio (DR), Les Films du Losange, MEDIA Programme of the Europan Union, Nordisk Film Distribution, Potemkine, Sveriges Television (SVT), Danish Film Institute y Swedish Film Institute

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