‘Las niñas bien’ (2018), Alejandra Márquez Abella

México, 1982. Sofía es una mujer de clase alta, perteneciente a un selecto club de señoras, que se ve envuelta en la devastación de su mundo elitista cuando las dificultades económicas comienzan a azotar al país.

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Problemas sociales

En su segunda incursión en largometraje, la cineasta mexicana de origen potosino Alejandra Márquez Abella recrea el convulso México de los 80, tomando como base el libro homónimo (antes columna) de la periodista Guadalupe Loaeza, para desmenuzar los vaivenes de las clases acomodadas a través de la mirada femenina.

En Las niñas bien, al igual que en su ópera prima Semana santa (íd. 15), donde retrata los problemas de la familia moderna, la realizadora continúa con este interés por indagar en los en conflictos de la(s) sociedad(es) mexicana(s).

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Burbujas

Vistos desde fuera, qué ridículos parecen los problemas de las personas adineradas; sus angustias, sus infiernos, todos ellos relacionados siempre con la pérdida de estatus.

La cinta, ambientada en una época de importantes cambios sociales, que vio trastocados sus andamiajes político-económicos más profundos, nos acerca a Sofía (Ilse Salas), una mujer adinerada, hija de españoles, casada con Fernando (Flavio Medina), un empresario burgués.

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En la secuencia introductoria, la voz off de la protagonista nos cuenta un sueño; ella, en compañía de su platónico Julio Iglesias (cantautor madrileño), huyendo a España para vivir su romance en tierras ibéricas. Como veremos a lo largo del filme, Sofía estará permanentemente soñando, anhelando, sin embargo, serán sólo pesadillas las que consiga.

Se lleva a cabo la celebración de su cumpleaños, una fiesta propia de las cúpulas más ominosas del país. En este pasaje Abella delinea perfectamente (gracias a su conocimiento de primera mano) los códigos canónicos de los estratos adinerados; música de piano, vinos costosos, coches Rolls-Royce, vestidos de Nueva York, hipocresía, presunción, todo está aquí, en una burbuja que está a punto de reventar.

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Calvario

Todo el artificio pomposo de este mundo es registrado por la destacada fotografía de Dariela Ludlow; su cámara inquieta se fija en los detalles, en las manos, en los ojos, en las joyas y en medio de todo esto, como augurio de desgracia inaplazable, aparece una mariposa negra que contrasta con la inmaculada perfección.

Pronto, la crisis inflacionaria, advertida mediante los anuncios periodísticos en radio y televisión, alcanza a la burbuja de Sofía, primero lo hará mediante Inés (Johanna Murillo), otra niña bien, parte de su selecto grupo de amigas, que en secreto sufre un infierno que pronto será el suyo.

Cuando Fernando comienza a tener problemas económicos (debido a la especulación norteamericana), la protagonista comienza su propio calvario, se enfrentará a las mismas conductas discriminatorias de las que ella misma es participe; el rechazo sistemático de sus “amigas”, las habladurías, las críticas, el desprecio, los señalamientos de su cada vez más precaria condición, que se agrava sobremanera por el alcoholismo y la inoperancia de su esposo.

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La realizadora mexicana se acerca con sumo respeto y seriedad al tormento de Sofía y mediante un brillante uso del lenguaje cinematográfico (los planos-detalle, la cámara ralentí o la acertada musicalización), consigue generar enormes cotas de tensión donde nosotros pensaríamos que no las hay.

A pesar de lo burdo que puedan parecer sus sufrimientos, como los tibios reclamos de sus empleados por pagos atrasados o su tarjeta de crédito que es rechazada en las tiendas departamentales que visita, Abella logra que entendamos por lo que Sofía está pasando, no obstante, la directora en ningún momento la compadece, al contrario, el suplicio de su personaje crea un sentimiento satisfactorio de justicia en el espectador.

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Contrapunto

El suicidio del esposo de Inés, supone para Sofía otro reflejo premonitorio de su futuro inminente. Mantener el curso normal de su vida; las fiestas, los restaurantes finos, los juegos de tenis y las pláticas banales en medio del incesante humo de cigarro, ahora depende de ocultar su situación del mundo, algo cada vez más imposible.

La inmaculada perfección de su burbuja comienza a desestabilizarse más y más, no sólo económica, sino físicamente, la protagonista comenzará a tener ojeras, a sufrir tics nerviosos, erupciones en su piel, problemas más graves con su esposo; asistimos al completo desmoronamiento de su status quo.

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Sin embargo, el contrapunto más desestabilizante para Sofía, es la llegada de Ana Paula (Paulina Gaitan), una nueva rica, esposa de un comerciante, pero escasa de todo el refinamiento y la clase característica de la nobleza.

Este personaje le sirve a la directora para remarcar el ascenso del sector privado que tuvo lugar en la caótica década de los 80, gracias al implemento del sistema neoliberal en México. En el filme, a la convaleciente burguesía aristócrata le es arrebatado todo lo que, desde el término de la Revolución mexicana, les había pertenecido por derecho casi divino.

La vida de Sofía se destruye paralelamente a la de México, la protagonista lo perderá todo lo que le importa, su dinero, su estatus, su burbuja protectora y, en la secuencia final, incluso su clase.

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En entrevistas recientes, la periodista Guadalupe Loaeza ha expresado su admiración por la versión cinematográfica de su libro y es que, si bien la película de Alejandra Márquez Abella se acerca a un tema ya muy recurrido no sólo en el cine mexicano, sino en el internacional, como lo son las vicisitudes de los ricos, no lo hace desde la comodidad de la comedia simplona.

Las niñas bien es una cinta que destila un elaborado y estimulante lenguaje cinematográfico, envoltura perfecta para una crítica mordaz, compleja y al parecer atemporal.

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Título original: ‘Las niñas bien’
País: México
Año: 2018
Duración: 92 minutos
Dirección: Alejandra Márquez Abella
Guion: Alejandra Márquez Abella y Monika Revilla (basado en el libro homónimo de Guadalupe Loaeza)
Fotografía: Dariela Ludlow
Producción: Woo Films y Terminal

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