‘Los comulgantes’ (1963), Ingmar Bergman

“Padre,

¿por qué me has abandonado?”

 

Thomas Ericsson es un pastor protestante que, a raíz de la muerte de su esposa, se encuentra sumido en una intensa depresión. Cuando un fiel de la comunidad acude a él para buscar consuelo, Thomas se da cuenta que no puede ayudar ni a él ni a nadie, debido a la profunda crisis de fe por la que atraviesa.

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Enfrentarse al cine de Ingmar Bergman, indiscutible pilar de la cinematografía de todos los tiempos, es enfrentarse a todos los miedos y cuestionamientos fundamentales del quehacer humano.

Los comulgantes, segunda parte de su Trilogía del silencio de Dios (A través del espejo [Såsom i en spegel, 61] y El silencio [Tystnaden, 63]), supone uno de los retratos más desesperanzadores acerca de la vulnerabilidad y la soledad del hombre.

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Ritual fútil

El primer plano de la cinta nos presenta a Thomas Ericsson (Gunnar Björnstrand), el pastor de una comunidad rural que se prepara para oficiar la misa. En contraplano vemos a la audiencia, contamos apenas 7 asistentes.

En esta primera secuencia, Bergman disecciona cada pequeño detalle de la ceremonia, haciendo hincapié en los rostros de los feligreses. Notamos enseguida el hastío en ellos; hay bostezos, pestañeos, miradas furtivas al reloj, ninguno de ellos está ahí por convencimiento propio, sino por inercia. Se subraya entonces un halo de pesimismo que emana de los comulgantes castrados de toda fe.

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Sin embargo, no sólo los asistentes son usuarios del tedio, también lo es Thomas; las homilías que ofrece, estériles de convicción, son ilustradas por el director con una serie de campos vacíos, que acentúan el abismo inherente a él y a sus fieles.

La misa, esta celebración que debería estar llena de regocijo, queda reducida a un mero ritual fútil, desvirtuado de toda importancia. Ya desde aquí, es imposible no sentir un dejo de repugnancia por el hipócrita acto litúrgico que vemos en pantalla.

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El silencio de Dios

Todos los caminos en Los comulgantes conducen hacia el inevitable desamparo espiritual. Después de la misa, el sacerdote recibe a Jonas Persson (Max von Sydow), un habitante del pueblo angustiado por la inminente guerra nuclear (recordemos el contexto histórico al cual pertenece la obra).

El feligrés acude al pastor por alivio, por consuelo, sin embargo, Thomas, aquél que debería ser el guía emocional, aquél en cuyos hombros debería descansar el camino místico de sus congéneres, está envuelto en un abismo de dudas de igual o peor magnitud.

Nattvardsgästerna (1963) Filmografinr 1963/03

El protagonista está enfermo (física y espiritualmente), deprimido por el agobiante silencio de su Dios y la muerte de su amada esposa; es un  hombre imposibilitado ya para dar o recibir el amor que Märta Lundberg (Ingrid Thulin), la maestra de la comunidad, siente por él y a la cual humillará después en una de las secuencias más devastadoras jamás rodadas.

“Debemos confiar en Dios”, dice Thomas a Jonas, pero ni siquiera él mismo cree en sus palabras; el pastor, más temeroso y confundido que la oveja, en lugar de ayudarla, terminará por conducirla al vacío eterno; el suicidio.

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Ascetismo visual

Uno de los sellos característicos del realizador sueco, ferviente amante del arte escénico, es la pugna por la teatralidad en su cine en detrimento de adornos ornamentales, no obstante, aquí estamos en otro nivel, nos encontramos frente al Bergman más austero y rígido, frente a la sobriedad formal total.

Los pocos elementos compositivos en cada cuadro; el sonido minimalista de relojes, campanas y cantos eclesiásticos; la carencia permanente de música extradiegética; las interpretaciones estoicas de los actantes; los escasos escenarios; la iluminación tan plana como hermosa de Sven Nykvist; incluso el reducido metraje; todo en el filme está radicalmente depurado de trivialidades.

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El ascetismo formal bressoniano (Notas sobre el cinematógrafo [1975]) conseguido por Bergman en Los comulgantes, a diferencia de la doctrina religiosa homónima, no sirve para acercarse a Dios, tampoco para negarlo, sino para enfatizar su indiferencia.

Dios se erige como una figura existente, sí, pero autista; como un vacío casi monstruoso, casi sádico.

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El primer solitario

En la cinta, el director parte del cristianismo protestante para remarcar la soledad del hombre ante un mundo que ya ha sido abandonado por Dios, sin embargo, la religión monoteísta es sólo el punto de partida; rezar, no rezar, creer, no creer, de cualquier modo se respira abandono por cualquier recóndito lugar del espacio.

El sueco, educado bajo el rigor del protestantismo (su padre fue un estricto pastor), fue siempre un hombre atormentado, que depositaba sus dudas de fe en los protagonistas de sus películas y aquí no hay excepción, Bergman no tiene reparo en verterse en su personaje, vierte sus miedos, sus dudas, sus tormentos y desnuda su alma temerosa.

En el mismo sentido, Thomas también funge como un ente alegórico del hijo de Dios; el sufrimiento de Cristo, como bien nos recuerda el acólito Algot Frövik (Allan Edwall) hacia el final del metraje,  no fue corporal sino espiritual, de alguna manera, él fue el primer solitario, el primero en dudar, el primero en ser abandonado por su padre, por Dios.

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Círculo perfecto

La cinta, como un círculo perfecto, concluye como inició; con Thomas oficiando otra misa apócrifa, más grotesca incluso que la inicial, pues aquí ya no hay ni un sólo asistente, es una fatídica necedad que confirma el vacío en Thomas, en Bergman y en Dios.

Los comulgantes, obra que se inserta dentro del pico creativo de su autor, compone un ejercicio de extrema parquedad y abismal desamparo, donde el silencio es la respuesta inequívoca para todas nuestras súplicas.

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Título original: ‘Nattvardsgästerna’
País: Suecia
Año: 1963
Duración: 81 minutos
Dirección: Ingmar Bergman
Guion: Ingmar Bergman
Fotografía: Sven Nykvist
Producción: Svensk Filmindustri

4 comentarios sobre “‘Los comulgantes’ (1963), Ingmar Bergman

  1. Wow, maravillosa crítica y maravillosa película. Mi favorita del maestro sueco. Ya sé que Persona tiene un altísimo nivel difícil de igualar, pero si tengo que elegir me siento más conexo con esta. Bergman refleja miedos, ansiedades e inquietudes como nunca. Aparte de la gran escena inicial, mencionar la bellísima escena del expresivo rostro de Ingrid Thulin hablando directamente a cámara y también la que el pastor rechaza el cariño y amor de Marta, devastadora y cruel como pocas

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    1. Hola, David.
      También considero a «Persona» y «Los comulgantes» (además de «Gritos y susurros) como las obras maestras de Bergman. La escena que mencionas, la de la carta leída en primera persona, demuestra que el sueco era un cineasta muy vanguardista, algo que llevaría a su máximo con la ya citada «Persona».
      La obra de Bergman es en su totalidad devastadora, películas que se clavan en lo más profundo del alma.
      ¡Saludos!

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