‘La mirada de Ulises’ (1995), Theodoros Angelopoulos

Un reconocido cineasta vuelve a su natal Grecia después de mucho tiempo de estar exiliado en América para la presentación de su más reciente película, una vez ahí, iniciará un largo viaje por la convaleciente región balcánica para encontrar tres bobinas de celuloide sin revelar de los hermanos Manakis, pioneros de la cinematografía griega.

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En busca de Ítaca

La mirada de Ulises, casi unánimemente reconocida como la mejor película de su autor, es un viaje catártico inferido ya desde el título mismo, el cual es una referencia a la épica de Homero, La odisea (S. VIII), la historia de viajes por excelencia.

En el poema griego se narran las peripecias de Ulises (Odiseo) para regresar a Ítaca, su lugar de origen. Algo más o menos así sucede al principio de la cinta donde conocemos a un cineasta (el mismo Angelopoulos, interpretado aquí por Harvey Keitel, a quien llamaremos “A”) que ha regresado a su natal Grecia, no obstante, la diferencia capital entre ambas obras es que donde el viaje de uno acaba (Ulises), el del otro apenas comienza (“A”).

Grecia no es Ítaca, apenas llegando, el cineasta iniciará otro viaje, el verdadero, en busca de tres bobinas de película filmadas por los hermanos Ianaki y Miltos Manakis, precursores de la fotografía y la cinematografía griega. Esta travesía lleva al protagonista por un recorrido a través de los Balcanes, una región convulsa envuelta en las guerras yugoslavas separatistas.

Angelopoulos muestra una Europa herida y nostálgica que se condensa en «A»; un ente lastimado, contrariado y desilusionado, la búsqueda de estas bobinas representa el regreso a la mirada primigenia, la mirada inocente, lo que desesperadamente añora es volver al momento antes de la muerte, de la ignominia, de la guerra; de todas ellas.

A pesar de lo ridículo que pueda parecer, arriesgar la vida en medio de un conflicto armado sólo por unas películas viejas tiene todo sentido, pues éstas son un registro de la gente, de sus costumbres, de su cultura, es el cine como reflejo de algo que, debido a la intolerancia de la guerra, se esta muriendo poco a poco; para él las bobinas son su Ítaca.

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El director evoca la atmósfera de desolación infinita con base en la estética cromática de colores deslavados, fríos, distantes; la hermosa música de oboe y violín, así como las panorámicas de los paisajes que el director realza con los elementos compositivos humanos tan característicos de su estética; este minimalismo conceptual de repetición con el cual dibuja tan bello a la Europa inerte que el personaje recorre; desde Grecia hasta Albania y Macedonia, pasando por Bucarest, Alemania y finalmente en Belgrado y Sarajevo, el seno del conflicto balcánico.

La guerra en La mirada de Ulises se manifiesta con los pulverizados edificios de fondo, carros humeantes envueltos en llamas y los sonidos de las bombas que caen, pero nada más, durante todo el metraje apenas veremos efectismos panfletarios; como todo gran esteta, Angelopoulos invoca el horror con base en la imagen atmosférica.

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La dilación temporal

Alguna vez en una entrevista le preguntaron a Theodoros Angelopoulos, el porqué de la extrema lentitud del transcurso del tiempo en sus películas, el cineasta, sereno, con una ligera sonrisa en el rostro, atinó a contestar que él bebía despacio el café para disfrutarlo, por eso hacía películas lentas; para disfrutarlas.

La construcción formal del cineasta griego es heredera del húngaro Miklós Jancsó, del japonés Kenji Mizoguchi; del esculpir el tiempo de Andrei Tarkovsky, las tomas de Angelopoulos son largos planos-secuencia que a menudo suelen abandonar a los personajes para irse a recorrer el espacio lentamente y luego volver a encontrarlos minutos después. El tiempo se dilata al máximo porque, al igual que en el poema épico de Homero, lo importante no es el destino, sino el viaje en sí mismo.

En Angelopoulos el tiempo también suele mutar sin aviso alguno como en aquella grandiosa secuencia donde conocemos el pasado de “A”; basta un tibio y apenas perceptible paneo y viajamos 50 años al pasado; asistimos a la otrora casa del protagonista, una toma estática en la que se celebra el año nuevo, veremos a su padre regresar de la guerra en 1945, segundos después la policía se lo lleva preso y ya es 1948, el flashback concluye en 1950 con la incautación de los bienes materiales de su familia, todo esto sin corte de edición alguno. Este tipo de recursos poéticos serán una constante en la cinta (véase la secuencia inicial), sin que el autor abuse de ellos y retan al espectador a sostener una postura activa ante los acontecimientos que se narran.

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El viaje sin fin

A diferencia de La odisea, aquí los obstáculos no son hechiceras hermosas, bestias mitológicas o criaturas aterradoras, aquí el protagonista encuentra viudas desencajadas; taxistas que auguran el fin de los tiempos, una desmembrada y grandilocuente estatua de Lenin que sirve como metáfora del abrupto y violento final del comunismo o su propia alma que poco a poco se marchita, imposibilitando cualquier rastro de amor en su interior.

Hacia el final de la cinta, Angelopoulos abre una ventana a la redención, el momento catártico llega con la densa niebla que lo cubre todo, sin embargo, la cruel realidad vuelve pronto, golpea con fuerza y el grito desgarrador del protagonista (un Harvey Keitel maravilloso) se ahoga y se pierde entre muchos otros tantos.

El plano final es un dolly-back; “A” llorando en silencio, sentado en la butaca de un cine en ruinas, su rostro es iluminado por el proyector que estampa en la pantalla las películas de los hermanos Manakis que en el pasado inmediato tanto añoró y que ahora le importan tan poco. En el discurso final, Angelopoulos, deja claro que La mirada de Ulises no se limita a los conflictos balcánicos, sino que abarca a la Historia con H mayúscula, a la Historia de la humanidad, a la Historia sin fin. Uno de los finales más emocionalmente devastadores y puramente geniales de la historia del cine.

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Una carta pesimista

La respuesta que Angelopoulos dio en aquella entrevista resulta muy expresiva, ya que si su obra puede llegar a parecer “lenta”, es casi siempre por un prejuicio injustificado a un cine diferente a la oferta hollywoodense común.

Arte cinematográfico como el de Theodoros Angelopoulos, es cierto, requiere de un espectador activo que participe en el desarrollo de la obra, no obstante, si se dejan de lado todas las ideas preconcebidas del cine como puro y fútil entretenimiento, resulta que nos encontramos con filmes sencillos, elocuentes, que lo dicen todo mediante sus imágenes.

La mirada de Ulises es una carta llena de pesimismo de alguien que sabe de la capacidad cíclica que tiene la historia para repetirse, condenándonos a vagar sin rumbo, cayendo una y otra vez en los mismos errores hasta la inminente autodestrucción.

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Título original: ‘To Vlemma tou Odyssea’
País: Grecia
Año: 1995
Duración: 2 horas y 55 minutos
Dirección: Theodoros Angelopoulos
Guion: Tonino Guerra, Theodoros Angelopoulos y Petros Markaris
Fotografía: Giorgos Arvanitis
Producción: Greek Film Center, Mega Channel, Paradis Films, La Générale d’Images, La Sept Cinéma, Basic Cinematografica, Istituto Luce, Canal+, RAI Radiotelevisione Italiana y Concorde Filmverleih

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