‘Roma’ (2018), Alfonso Cuarón

México, años 70. Cleo es una joven indígena que trabaja en la casa de una familia capitalina de clase media/alta. A raíz de un inesperado embarazo, Cleo tendrá que enfrentarse a todos los obstáculos, sinsabores y dolores propios, no sólo su realidad socioeconómica, sino también de su condición como mujer.

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Breve prólogo

Qué difícil es acercarse a fenómenos culturales y sociales como lo ha sido Roma, el más reciente trabajo del director mexicano Alfonso Cuarón, y, por el contrario, qué fácil es caer en opiniones polarizadas, aunque en este caso en particular, la inmensa mayoría se decanta del lado de las alabanzas.

El cine de Cuarón ha sido, a lo largo ya de 7 largometrajes (8 con Roma), desnivelado, es decir, rara vez alcanza una armonía entre continente y contenido, dando como resultado que algunos de sus filmes sean preciosistas e insulsos.

Roma, cinta auto-referencial, que toma como inspiración la niñez del director y la relación de su familia con su nana Libo (aquí Cleo), intenta ser una obra catártica, epifánica y liberadora que reivindique a las clases marginales.

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Reconstrucción

En las primeras secuencias del filme asistimos al ritual mundano de Cleo (Yalitza Aparicio), a la limpieza de una casa que no es la suya, pero que de igual forma talla, sacude, barre y trapea como si lo fuera. Ella es una mujer indígena que trabaja como empleada doméstica en la casa del doctor Antonio (Fernando Grediaga), la señora Sofía (Marina de Tavira) y sus 4 hijos.

Aquí el director mexicano se fija en el tiempo muerto, en lo ordinario de una rutina infinita para sumergirnos en la cotidianeidad de la protagonista, que va desde levantar heces de perro hasta preparar tés de hierbabuena.

La hermosa puesta en cámara y fotografía (obra del mismo Cuarón y Galo Olivares), de contemplativos travellings y paneos de ritmo metronímico, en cuyo pausado vaivén encontramos influencias del Raúl Ruiz de Misterios de Lisboa (Mistérios de Lisboa, 10), registran cada minucioso detalle en la vida de la familia y sirven como envoltura perfecta para el desarrollo argumental.

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Y es que, si algo se puede decir de Roma con total seguridad, es que es una experiencia inmersiva, sobre todo, para el mexicano. Cuarón recrea con exaltante verosimilitud una época perdida, el México de los años 70.

Encontramos a Juan Gabriel, a José José, los programas de televisión, los carros, las autopistas de juguete, carteles del mundial de México 70, al escapista Zovek, la lodoza Netzahualcóyotl e incluso al Cruz Azul multicampeón de fútbol.

Con este collage simbólico, en el que incluso tiene cabida un guiño a los terremotos de 1985 y 2017, el cineasta conecta con todo aquél espectador (mexicano) y lo hace parte de su película desde el primer minuto de metraje.

El nivel de la orgánica recreación histórica que Cuarón logra con Roma está, sin duda alguna, a la par de la Europa del siglo XVIII de Barry Lyndon (Kubrick, 75) y la Rusia medieval de Andrei Rublev (Tarkovsky, 66), sin embargo, en este afán reminiscente, el director pierde de vista elementos, de pronto, más importantes.

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Contrastes

El gran director alemán de cine mudo Friedrich Murnau sostenía que la película perfecta es aquella que no tiene intertítulos y una vía para erradicarlos es la contraposición de imágenes. En Roma, precisamente Cuarón recurre a nítidos contrastes para subrayar las barreras infranqueables entre los diferentes estratos socioeconómicos:

El mixteco, idioma natal de Cleo, que se confronta con el inglés; las dispares fiestas de año nuevo que vemos en pantalla, una como inframundo de la otra y la vivienda de la protagonista, un pequeño cuarto dentro de la propiedad de la familia, son elementos comparativos que hacen palpable la realidad de dos mundos que se ven, pero que rara vez se tocan.

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No idealización

Cuarón tiene cierto cuidado en no idealizar y romantizar el pasado inasible. A la par del clasismo, está presente la misoginia, lo único que trasciende la barrera socioeconómica, pues, la soledad histórica de la mujer mexicana, sobajada y esclavizada por el machismo normalizado, es visible en todos los niveles (Cleo y Sofía).

La injusticia y represión social en el convulso contexto sociopolítico del México de los 70, también están firmemente subrayadas con el constante énfasis peyorativo al Expresidente Luis Echeverría (1970-1976) y al PRI (Partido Revolucionario Institucional).

No obstante, esta cruda realidad, que tiene su apoteosis con la matanza de estudiantes del 10 de junio de 1971, conocida como El halconazo, es apenas tocada por el director, quedándose en un simple telón de fondo para una historia que de a poco se inclina hacia la complacencia.

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Redención

El argumento puede ser dividido perfectamente en dos segmentos, separados ambos precisamente con el episodio de El Halconazo; si en la primera parte del metraje somos testigos de este ensayo visual de increíble despliegue formal, donde la reconstrucción de alcances neorrealistas de un personaje va a la par de un México extinto; en la segunda, la cinta irremediablemente entra en el espiral descendente del melodrama básico.

Cuarón, en la desesperada búsqueda por la validación de Cleo y su clase social, subvierte la película con sus propios códigos; con las constantes y obvias metáforas, como la interminable caca de perro, el tarro de pulque que se rompe y presagia la tragedia o los escombros del terremoto que caen sobre la incubadora de un bebé y, principalmente, con una visión burguesa sesgada y condescendiente.

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Roma, en su tramo final, ya es una road movie donde la catarsis de Cleo, que llega con una secuencia, al igual que toda la cinta, de inmejorable riqueza técnica, pero de inocencia tal que raya en lo irrisorio, resalta la falta de conciencia de clase de Cuarón y reafirma los pocos alcances discursivos, analíticos y de abstracción en su cine.

En la secuencia de salida, vemos a Cleo regresar a la cotidianeidad que observamos al inicio del metraje, según el director; después de todos los obstáculos, sinsabores y dolores, la protagonista ya alcanzó la paz y la redención, según el director; la realización de su personaje es directamente proporcional al número de tareas domésticas que pueda realizar.

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Roma es una película de bellísima presentación plástica, un retrato fiel de una época pasada de México, desde la mirada del desprotegido y el simbolismo material, donde 200 años de misoginia, de racismo clasista, de artimañas gubernamentales y de dinámicas patriarcales opresoras, pretenden ser resueltos con un abrazo y una palmadita en la espalda.

Alfonso Cuarón deja muy en claro que es un buen cineasta, que sabe perfectamente cómo usar el lenguaje cinematográfico para contar una historia, sin embargo, su cine apenas rasca la superficie de los temas que pretende abordar, pues no posee ni el brutal, honesto y profundo auto-cuestionamiento subversivo de Carlos Reygadas, ni el sutil y lírico entendimiento humano de Jafar Panahi.

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Título original: ‘Roma’
País: México
Año: 2018
Duración: 133 minutos
Dirección: Alfonso Cuarón
Guion: Alfonso Cuarón
Fotografía: Galo Olivares y Alfonso Cuarón
Producción: Esperanto Filmoj y Participant Media

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