‘La patrulla de la muerte’ (1957), Andrzej Wajda

Varsovia, Polonia, Septiembre de 1944. Un grupo reducido de insurgentes polacos se ve acorralado cuando las tropas alemanas avanzan impetuosamente. Sin armamento suficiente para hacer frente a la amenaza nazi, su única opción es huir por las cloacas debajo de la ciudad.

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Otros cines

El cine que se hizo a mediados de siglo en los países de Europa Central es muy particular, realizadores como los húngaros Miklós Jancsó e István Szabó, el checoslovaco František Vláčil o el polaco Andrzej Wajda, supieron retratar una realidad bélica alejada de discursos panfletarios ominosos que exaltaban características heroicas de las gestas armadas.

La patrulla de la muerte es la segunda parte de la ‘trilogía de la guerra’ de Wajda, que se inició con el estreno de su ópera prima, Una generación (Pokolenie, 53), y se completó 5 años después con su obra maestra Cenizas y diamantes (Popiół i diament, 58). En la cinta se narran las últimas horas de un pequeño pelotón insurreccionista polaco que se encuentra en plena lucha contra la Alemania nazi invasora.

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Al inicio de la cinta la cámara sobrevuela la región de Varsovia y nos brinda una imagen aérea, muy posiblemente de archivo, que nos muestra la destrucción producto del conflicto. Enseguida conocemos a los protagonistas; un suave travelling acompaña el abrupto andar de los soldados en medio de tiroteos y bombas, mientras que la voz off nos presenta al Teniente Zadra (Wienczyslaw Glinski), al joven cabo Jackec (Tadeusz Janczar) y al artista, Michal (Vladek Sheybal), este último, se nos cuenta, es un músico, no un soldado y recién se unió al grupo.

La compañía se reúne en un edificio viejo para decidir el plan a seguir, la cámara de Wajda sirve aquí como una registradora en su máximo esplendor, como una mirada íntima que nos muestra la guerra sin ornamentos. El levantamiento polaco está muy debilitado, el armamento con el que cuentan es considerablemente menor al del enemigo, el director sitúa la acción cuando ya todo está perdido, despojando a su película de toda romantización. Las tropas alemanas avanzan rápido, como último recurso, se decide emprender la huida por conducto de las alcantarillas de la ciudad.

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El infierno del Kanal

Los soldados se niegan a escapar, su deseo es combatir hasta las últimas consecuencias, el plan de fuga es por demás humillante, es rebajarse al nivel de las ratas, renunciar a la lucha por la patria, pero no hay otra opción. Durante su escape recorren con horror el centro de la ciudad, son testigos de la masacre que se produce y entran al canal abandonando a la población que les implora su ayuda.

Si en la superficie la realidad es espantosa, en la laberíntica red de cloacas encontrarán el infierno encarnado. El grupo se separa en los estrechos pasillos, aquí los nazis y su armamento ya no son la peor amenaza; sí lo es la desesperación, el poco oxígeno y la inminente locura. El director polaco compone el reducido espacio con extremo barroquismo, enardeciendo así el ambiente claustrofóbico, amén de la iluminación de altos contrastes del fotógrafo Jerzy Lipman que hace palpable el olor a excremento que hay por doquier, sin que siquiera se haga mención de éste.

El canal es un laberinto en el cual es fácil perderse, en algún punto de la cinta Michal, el artista, cita un pasaje de El infierno, primera cántica de La divina comedia (S. XIV) de Dante Alighieri, haciendo un elocuente paralelismo entre ambos lugares. Será precisamente éste personaje el primero en enloquecer, convirtiéndose en un alma en pena que vaga por el infernal laberinto, pues es el más humano de todos, el que aún no había llegado a corromperse; en él se condensa un símil de la sensibilidad humana que poco a poco va perdiendo el rumbo.

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Tres salidas, ninguna escapatoria

Contrario a cualquier filme bélico genérico hollywoodense donde siempre se trata de exaltar el valor en luchas armadas, aquí no vamos a encontrar gesta heroica alguna, aquí nuestros héroes se vuelven locos, mueren por asfixia, caen rendidos por la fiebre; están, literalmente, cubiertos de mierda.

A lo largo del filme los soldados van a encontrar tres salidas de las cloacas; a la primera de ellas llega el moribundo Jackec y su novia Strokrotka (Teresa Iżewska), sólo para descubrir que está sellada con barrotes, imposibilitando así el alcance de la tibia luz del sol.

La segunda da a un regimiento nazi donde se acaban de asesinar a los prisioneros; la tercera y última conduce, de nuevo, a la realidad de la patria ensangrentada y convaleciente, el único en salir es Zadra que se da cuenta que ninguno de sus soldados lo pudo lograr, el teniente decide regresar, volver a ese infierno subterráneo con sus hombres, pues, de cualquier manera; él, Jackec, Michal, todos ellos, estaban muertos ya desde antes de entrar al canal. Wajda elimina así cualquier escapatoria posible.

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Abstracción

La patrulla de la muerte es un ejercicio que destila una exquisita realización formal de largos travellings que se toman el tiempo para recorrer todo el espacio, mostrando fielmente una realidad convulsa; acercamientos a los horrorizados rostros de los protagonistas contrastados por la iluminación y composiciones oblicuas que juegan permanentemente con el curvilíneo laberinto de cloacas.

Wajda estará siempre huyendo de los discursos nacionalistas al mostrar a sus compatriotas humillados en medio de dos abismos monstruosos, uno producto del otro. No filma grandilocuentes batallas que ensalzan próceres, pues los próceres están muertos, por el contrario, abstrae un pequeño retazo de historia para ir de lo micro a lo macro y entregar un filme devastador, pesimista y desolador; una obra maestra.

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Título original: ‘Kanal’
País: Polonia
Año: 1957
Duración: 91 minutos
Dirección: Andrzej Wajda
Guion: Jerzy Stefan Stawinski
Fotografía: Jerzy Lipman
Producción: Zespól Filmowy “Kadr”

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