‘Ana y Bruno’ (2017), Carlos Carrera

Ana (Galia Mayer) es una tierna niña que llega a un hospital psiquiátrico junto a su madre Carmen (Marina de Tavira), pronto descubrirá que puede ver y escuchar a las alucinaciones producto de los enfermos mentales y con ayuda de ellas, iniciará una aventura contrarreloj para salvar a toda su familia.

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La locura está en todos lados

Ana y Bruno, octavo largometraje del cineasta mexicano, egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (C.C.C.), Carlos Carrera, con guion basado en la novela de Daniel Emil (Ana), nos adentra en la historia de la pequeña y cariñosa Ana, en la primera secuencia la vemos viajar en coche junto a su madre Carmen y su padre Ricardo (Damián Alcázar), en el rostro de este último adivinamos un dejo de tristeza, no habla, se limita a conducir y escuchar la conversación de su hija y esposa.

Llegan a una hermosa colina rodeada por el azulado e inmenso mar, en la cima hay una casona enorme y lúgubre. Los tres bajan del coche, pero sólo Ricardo vuelve a subir y parte de regreso. A estas alturas no sabemos aún qué es lo que sucede, progresivamente, en segundo plano, vamos observando los diferentes y tétricos personajes que deambulan por los pastizales; son enfermos mentales y la casona un sanatorio.

En la película vamos a ser testigos de dos anagnórisis muy poderosas y estremecedoras, que no impactan por lo inesperado (en realidad es un poco obvio) sino por los temas que subrayan: La primera; Ana, en el sanatorio, conoce a Bruno y sus amigos, los cuales son materializaciones físicas de los traumas y trastornos de los enfermos mentales, mediante estos personajes, en cuyo diseño encontramos reminiscencias al mejor Tim Burton, nos enteramos de la depresión de Carmen, razón por la cual fue internada.

Las alucinaciones son presentadas como monstruos que adquieren variadas formas dependiendo del trastorno que representan, encontramos un reloj humanoide para la ansiedad, un hombrecillo ebrio para el alcoholismo, y, como dice Bruno a Ana en determinada escena, refiriéndose a la gigantesca mano llena de pelos; “Mejor no te digo con qué se traumó su dueño en la infancia”, aludiendo a un pervertido sexual.

Las criaturas son amistosas, desenfrenadas, rebosantes de locura, a lo largo del metraje veremos cómo hay más de ellas por doquier, incluso fuera del sanatorio, el director nos dice que la demencia está en todas partes; puede crecer donde quiera. Ana, con ayuda de sus nuevos amigos, partirá en busca de su padre ante la inminente terapia de electrochoques cerebrales que pretenden practicarle a su madre como parte de su «tratamiento».

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Materialización de la depresión

La segunda anagnórisis, la más brutal y catártica de las dos, surge en el pueblo natal de Ana, San Marcos; el director, desde el principio de la cinta, va dejando pistas, unas más sutiles que otras, para que muy temprano entendamos que la pequeña no existe, solo es la alucinación representativa de la depresión de su mamá; ella en realidad murió hace tiempo en un incendio causado por un corto circuito (por eso la segunda alucinación de Carmen es un monstruo lovecraftiano de fuego). No es muy complicado llegar a estas conclusiones pues recordemos que el público objetivo de la película son los niños, así que la narrativa será lineal, nada compleja, aferrándose al esquema clásico inicio-desarrollo-clímax-desenlace.

De aquí en adelante el argumento da un bajón considerable y se asemeja más a la fórmula clásica de la animación estadounidense. Es cierto que a grandes rasgos es muy palpable la similitud con las películas de Pixar, un protagonista joven que es ayudado por un par de amigos que aportan el humor básico (el perro Choco y Bruno) y que parte a la aventura en busca de una reconciliación que le permita obtener la redención familiar y la realización individual, sin embargo, la diferencia sustancial es que Ana y Bruno es una película fuerte que no subestima al público al que se dirige y nos enfrenta a temas tan delicados y densos como las consecuencias de una tragedia en la psique de las personas, la disgregación familiar, las enfermedades mentales, así como la superación y la aceptación.

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Una cuenta pendiente

La película de Carlos Carrera es una obra que maneja el humor de manera sabia, a veces lo eleva por cotas de elegante fineza y después lo hunde en chistes tan obvios como obligados. Si bien el trabajo de animación tiene defectos visibles de técnica y acabados, no es algo que le reste demasiado al resultado final si se toman en cuenta los numerosos problemas de financiación y producción (fueron más de 10 años el tiempo que le tomó a Carrera poder estrenar el filme).

Ana y bruno no abandona los esquemas norteamericanos ni pretende hacerlo, más bien les da una vuelta de tuerca, los retuerce para deformarlos a su extraña naturaleza y dirigirlos hacia una historia cruda, triste, estimulante, al menos en su primera mitad. De cualquier modo la animación sigue siendo una cuenta pendiente para el cine mexicano en general, quizá la cinta de Carrera pueda ser punta de lanza para una mayor inversión y producción.

ana y bruno poster

Título original: ‘Ana y Bruno’
País: México
Año: 2017
Duración: 96 minutos
Dirección: Carlos Carrera
Guion: Daniel Emil y Flavio González Mello (Basado en la novela ‘Ana’ de Daniel Emil)
Fotografía: Animación
Producción: Lo Coloco Films, Ítaca Films, Anima Estudios y Discreet Arts Productions

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